¿Qué tipo de alumnado es necesario hoy?
¿críticos y reivindicativos, propulsores del cambio social, o dóciles y
productivos, como demanda la sociedad tecnocrática?
“El elemento nuevo, que nos invita a una
contienda inédita y cuyos términos todavía no hemos terminado de entender a
causa de su ambigüedad, está representado por el haberse transformado, la
educación, directamente en materia prima en las nuevas formas de trabajo
postfordistas, fuerza productiva y empresa, quizá la principal, en las
transformaciones del capitalismo”. Piussi, 2008:7.
En la escuela que encontramos hoy, observamos
una serie de elementos que condicionan el tipo de proceso educativo que demanda
el alumnado postmoderno. Uno de ellos es el marco político en el que se
encuentra, por el que debe estimular y fomentar una participación democrática
en la vida de la escuela, otro es el planteamiento económico y sus imposiciones
al sistema educativo, destacando las incidencias del capitalismo y de la
cultura del consumo, y por último “la
avasalladora omnipresencia de los medios de comunicación de masas potenciados
por el desarrollo tecnológico de la electrónica y sus aplicaciones telemáticas”
(Angulo Rasco, Melero Rabal, Pérez Gómez, 1995: 12).
Incidiendo en el plano económico, encontramos
un hecho visible que está marcando el desarrollo del sistema educativo y las
políticas educativas que inciden en el mismo. La nueva aparición de una
concepción económica educativa, es decir, subyace a las nuevas políticas educativas un
modelo productivo mercantilista, influenciado por las poderosas leyes del
mercado. Un ejemplo de ello es visible a través de las políticas educativas
basadas en teorías económicas y empresariales que empapan los modelos educativos
basados en la productividad[1].
Por lo que la presión económica condicionada por el neoliberalismo, que
representa la ideología hegemónica en las democracias occidentales, supone el
condicionamiento del sistema educativo a las voluntades de “organismos financieros internacionales como
el F.M.I. y el Banco Mundial” (Puissi,
2008:6).
Por lo
tanto, sobre la escuela de hoy, recae la responsabilidad de no continuar reproduciendo
y perpetuando las exigencias económico-financieras que se observan, ni perder
su espíritu libre y público, aunque cada vez se hace más complejo sentirlo
público. El discurso neoliberal propaga la idea de que la gestión privada es
eficiente y la pública desastrosa, por lo que los servicios públicos deben
venderse al mejor postor para convertirse en empresas privadas. Asumiendo la
privatización como una necesidad básica, un requisito del mercado. Una
tendencia privatizadora que no atiende a la diferencia ni a la diversidad, es
decir no respeta los valores democráticos, solamente respeta las leyes del
mercado, mediante el fomento de la rentabilidad, la eficacia y por supuesto la
productividad, pasando a ser la escuela un nuevo cliente. Los gobiernos
necesitan para ello la aprobación social, por lo que manipulan e intentan
argumentar “que la privatización hace funcionar
mejor los servicios, que la empresa pública es ruinosa y que los funcionarios
son perezosos y malversadores de los bienes de todos” (Santos Guerra, 2001:28). Es por tanto la privatización el interés
oculto que se vislumbra tras la posición neoliberal.
Por lo que de manera impetuosa debemos fomentar y
alimentar una conciencia crítica y reivindicativa entre nuestro alumnado, que
se manifiesten como propulsores del cambio social, en una “revolución del pensamiento, de la educación y por tanto un cambio en la
civilización” (Puissi, 2008:15).
Un planteamiento educativo de reflexión social, de la profundización sobre los
valores democráticos. Unas prácticas educativas que faciliten la
reinterpretación de la realidad, y siguiendo a
Blanco García (2006) “crear espacios y tiempos para repensar y
asumir responsabilidades”. Fomentar en el sujeto la reconstrucción de
nuevos modos de pensar, interpretar e interactuar. Y ese es el alumnado que encontramos
en la escuela hoy, y por lo tanto el sistema educativo debe asumir y facilitar
un proceso educativo en el que el individuo conozca y sea consciente de las
presiones que ejercen sobre él los medios de comunicación, la persuasión que
sufren, la información subliminar que se les brinda día a día, la
sobreinformación y cómo dicha información es dirigida para modificar la
percepción del contexto, ofreciéndoles y estimulando modelos a seguir
impregnados de la cultura de masas y de consumo y sus valores ético-morales subyacentes. Que
sepan cuáles son los nuevos espacios que se les ofrece para su interacción e
interrelación con los demás, espacios virtuales y donde la información aterriza
de manera impetuosa, inconexa y dirigida. Realidades virtuales que fomentan y
reclaman una nueva forma de ser, de sentir y de ver el mundo.
La escuela, más que nunca, debe luchar por la
educación de personas capaces de asumir las diferentes dimensiones de su
realidad, con la red de datos y conocimientos que se les ofrecen y debatiendo y
reconstruyendo su propia perspectiva de forma constante. Retomando las palabras
de Pérez Gómez (1999:33):
“Si la escuela pretende ejercer
una función educativa no será simplemente por el cumplimiento más perfecto y
completo de los procesos de socialización (primera mediación), sino por su
intención sustantiva de ofrecer a las futuras generaciones la posibilidad de
cuestionar la validez antropológica de aquellos influjos sociales, de reconocer
y elaborar alternativas y de tomar decisiones relativamente autónomas.”
Junio 2012, Consuelo C. Alonso Alarcón.
[1] LOGSE(1990): aparece por primera
vez el modelo pedagógico por objetivos, siguiendo los modelos tecnológicos e
industriales, con un currículum escolar basado en la consecución de objetivos y
donde todo el planteamiento educativo se organiza en torno a la producción y
las demandas tecnocráticas, incluyendo el sistema de evaluación calificativo y
una concepción de calidad educativa basada en el rendimiento.
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