Tuesday, 11 June 2013



¿Qué entendemos por calidad educativa? ¿Son la calidad y la innovación exigencias o necesidades?
                                                                  Consuelo C. Alonso Alarcón

“La Educación es un derecho básico establecido en nuestra Constitución. Y ésta debe ser de calidad y generadora de la igualdad de oportunidades de toda la ciudadanía. Sin embargo, la política educativa de nuestro Gobierno actual ha decidido que la Educación de calidad lo sea únicamente para las clases privilegiadas. No estamos dispuestos a que eso ocurra. La Educación es de todos y para todos a lo largo de la vida”.
                                    Manifiesto Docente, Por una escuela pública de tod@s para tod@s
                                                                                          
La calidad en la educación es un término abstracto, del que es difícil encontrar una definición o incluso determinar unos criterios para definirla. Son muchos los expertos que no se ponen de acuerdo sobre este concepto,  ya que está vinculado a la dimensión ética y política de cada individuo. Surgen ante esta pregunta dos concepciones paralelas en torno al concepto de calidad: la calidad como acción práctica y la calidad como gestión. Siguiendo a Fernández Sierra (2002), estos dos paradigmas partirían de dos concepciones diferentes de la educación.
Para la primera concepción, la calidad se entendería como un sistema para avanzar en los ideales humanos de libertad, igualdad, justicia social, equidad, inclusión y por supuesto coeducación. Sustentado sobre los valores democráticos, con modos y prácticas educativas y evaluativas alternativas a los planteamientos hegemónicos imperantes. Donde la importancia de la educación reside precisamente en la construcción del individuo, para aprender y decidir autónomamente.
 Para el segundo paradigma, sería el marco legal que permitiría a ciertos sectores conseguir sus intereses, principalmente lucrativos. Sobre el que se asientan determinantes factores económicos y políticos. En el que priman concepciones políticas de las Teorías Educativas más bien de carácter especulativo y tendencioso.  
Por lo que entendiendo la calidad como acción practica,  se otorga  protagonismo a todos los agentes implicados en la educación. Conlleva además un compromiso ético y político al reflexionar sobre el tipo de sociedad que queremos alcanzar y los valores que queremos trasmitir en la escuela. El objetivo de la evaluación que prima en esta concepción de calidad es la de reorientar la práctica educativa, para que los docentes tomen decisiones sobre su trabajo en el aula valorando los procesos educativos con procedimientos cualitativos. La preocupación de este modelo es ofrecer mayores y mejores oportunidades a todo el alumnado, partiendo de la diversidad y de la igualdad de oportunidades para todas las personas.
Entendiendo la calidad desde el segundo paradigma, como gestión, se pretende cosificar la calidad para que unos expertos externos puedan medirla. Necesitan definir cuáles van a ser los indicadores de calidad. Planteando una calidad educativa estandarizada y productiva. Se trata de gestionar el sistema educativo como cualquier empresa o servicio, con modelos productivos y evaluando por tanto, como indica Elliot (2002), a través de la eficiencia, entendida como la relación entre el nivel del producto educativo con el costo de los medios empleados. Por lo que no evalúa el aprendizaje porque éste no puede medirse con valores numéricos, así que termina evaluando rendimientos.
Los objetivos, rigen por tanto las actuaciones educativas con una concepción tecnológica de los planteamientos curriculares, con imposiciones que se originan en contextos económicos, con un proceso instructivo y selectivo, donde los poderes emergentes introducen reformas y cambios en los modos de organización educativa de forma cada vez más productiva.
Fernández Sierra (2002) hace un retrato de lo que sería el traslado del ideal económico neoliberal a los sistemas educativos, lo que se ha denominado la Gestión de la Calidad Total cuya base de su filosofía es “satisfacer el cliente” para ser “competitivos” e “incrementar los beneficios”.
Si revisamos las diferentes reformas y cambios del sistema educativo apreciaremos el momento indefinido en el que nos encontramos, es decir hacia qué modelo nos dirigimos y que influencias encontramos en la reconversión de modelos de calidad anteriores.[1]
Sánchez Cañadas (2006), en su repaso por los últimos sistemas educativos españoles afirma como durante el gobierno de Aznar en el que Aguirre fue la Ministra de Educación, se fomento una calidad educativa entendida desde una concepción neoliberal, que pretendía medir los resultados obtenidos, los rendimientos para medir la calidad, y ordenar así los centros educativos, para ver cuál era mejor y así obtener más apoyo económico, y cual no lo era tanto, y dejar de recibirlo. Siempre según sus mediciones y con las importantes consecuencias que ello conlleva respecto al alumnado, las familias, la comunidad educativa… Este enfoque instaura por vez primera un modelo tecnocrático, ya que mediante la medición de rendimientos se observa que los resultados no son equivalentes a los costes de los mismos, por lo que se plantea de manera subyacente la importancia de la privatización de la enseñanza pública, de esta manera introducir procedimientos de gestión empresarial.
Durante la segunda legislatura del gobierno Aznar se aprobó la Ley de la Calidad en Educación de 2002, dando un paso más hacia un modelo de educación confesional, segregadora y privatizada, satisfaciendo de este modo las demandas de jerarquía eclesiástica y a las patronales de la enseñanza privada. En esta ley, la calidad educativa se sustenta en la cultura del esfuerzo y la exigencia personal, en la orientación hacia los resultados, hacia lo que conocemos como currículo por objetivos, y en establecer oportunidades de calidad para todos (estableciendo los famosos “itinerarios”).
El 24 de mayo de 2006 entró en vigor la última de las leyes de Educación en España. Es la Ley Orgánica de Educación (LOE) del gobierno socialista. Esta ley es famosa por introducir la asignatura “Educación para la Ciudadanía”, y pasará inadvertido el hecho de que por primera vez se incorporó una memoria económica de más de 7.000 millones de euros de inversión educativa adicional hasta el pasado curso 2010. Las críticas a esta ley fueron desde las situadas a la izquierda, donde se criticó que los procesos de escolarización no garantizaban la distribución equitativa de la diversidad del alumnado entre la red pública y la privada hasta las situadas a la derecha, donde la plataforma “LOE no”, con la Confederación Nacional Católica de Padres de Alumnos (CONCAPA) a la cabeza, criticaron que en esta ley “está en juego la libertad de enseñanza, la libre elección de centro, la vertebración del país y el que los alumnos españoles puedan competir y estar bien formados frente a sus compañeros europeos”. Declaraciones estas últimas que evidencian la concepción de calidad y de educación que tienen determinados sectores, con gran poder de decisión en nuestro país.
Actualmente encontramos un panorama un tanto desolador respecto al trato que el nuevo gobierno de Rajoy le está dando a la escuela pública, los movimientos de la comunidad docente actual reivindican precisamente el cambio del concepto calidad que subyace a las nuevas políticas educativas[2], en el que sentimos que nos encontramos en un momento de retroceso educativo en el que pesan más los planes de ajuste económico y recortes que cumplan con los presupuestos del Estado y los mandatos impuestos por organizaciones europeas supranacionales que las necesidades de una sociedad que vive una fuerte crisis económica, que ha impregnado el ámbito político y por supuesto social.
Por lo que la cuestión que planteo sobre si la calidad[3] y la innovación deben ser exigencias o más bien necesidades, considero que ambas. Necesidades para con los valores democráticos que son esenciales en la sociedad postmoderna en la que nos encontramos y exigencias para alcanzar un sistema educativo público, justo por y para todos, sin distinción de clases, creencias, o género, motivo este último que impregna y guía el grueso de mis reflexiones. Por lo que la calidad y la innovación se plantean como exigencias y necesidades para:
  • Transformar la realidad marcada por una profunda y arraigada construcción  social androcéntrica.
  • Compensar y eliminar las desigualdades derivadas de esa construcción social.
  • Posibilitar, fomentar y estimular el desarrollo integral de las capacidades de mujeres y hombres, y la construcción de sus identidades sin discriminaciones, exclusiones o restricciones de ningún tipo.

Destaco en último lugar, la importancia que supone la educación de calidad en una sociedad compleja como la actual, con grandes contrastes económicos y cambios sociales, con grandes poderes e intereses económicos subyacentes. Así que conseguir una institución educativa de calidad es lograr que la escuela no continúe reproduciendo los patrones sociales con estereotipos y prejuicios de signo masculino y androcéntrico que perpetúan las diferencias entre las personas ya sea de género, clase, raza o creencia. Que permita mediante procesos innovadores y un sistema de calidad, la educación de individuos libres y autónomos.



[1] Ya sea por las influencias en los enfoques curriculares, en el diseño de los contenidos y saberes seleccionados para el curriculum formal,  los enfoques metodológicos y los procesos de evaluación.
[2] Las medidas adoptadas e impuestas por RD Ley contra la calidad de la misma y contra la equidad del sistema educativo van a suponer una masificación de las aulas, la paralización de nuevos ciclos de FP, el recorte de plantillas, la precariedad laboral, la privatización de servicios educativos, el aumento de tasas universitarias, la disminución de becas y la pérdida de derechos laborales entre otras.
[3] Entendida la calidad desde la acción práctica.

Wednesday, 5 June 2013




¿Qué tipo de alumnado es necesario hoy? ¿críticos y reivindicativos, propulsores del cambio social, o dóciles y productivos, como demanda la sociedad tecnocrática?

“El elemento nuevo, que nos invita a una contienda inédita y cuyos términos todavía no hemos terminado de entender a causa de su ambigüedad, está representado por el haberse transformado, la educación, directamente en materia prima en las nuevas formas de trabajo postfordistas, fuerza productiva y empresa, quizá la principal, en las transformaciones del capitalismo”.                                                                                                                                                                                  Piussi, 2008:7.
En la escuela que encontramos hoy, observamos una serie de elementos que condicionan el tipo de proceso educativo que demanda el alumnado postmoderno. Uno de ellos es el marco político en el que se encuentra, por el que debe estimular y fomentar una participación democrática en la vida de la escuela, otro es el planteamiento económico y sus imposiciones al sistema educativo, destacando las incidencias del capitalismo y de la cultura del consumo, y por último “la avasalladora omnipresencia de los medios de comunicación de masas potenciados por el desarrollo tecnológico de la electrónica y sus aplicaciones telemáticas” (Angulo Rasco, Melero Rabal, Pérez Gómez, 1995: 12).
 Incidiendo en el plano económico, encontramos un hecho visible que está marcando el desarrollo del sistema educativo y las políticas educativas que inciden en el mismo. La nueva aparición de una concepción económica educativa, es decir,  subyace a las nuevas políticas educativas un modelo productivo mercantilista, influenciado por las poderosas leyes del mercado. Un ejemplo de ello es visible a través de las políticas educativas basadas en teorías económicas y empresariales que empapan los modelos educativos basados en la productividad[1]. Por lo que la presión económica condicionada por el neoliberalismo, que representa la ideología hegemónica en las democracias occidentales, supone el condicionamiento del sistema educativo a las voluntades de “organismos financieros internacionales como el F.M.I. y el Banco Mundial” (Puissi, 2008:6).
Por lo tanto, sobre la escuela de hoy, recae la responsabilidad de no continuar reproduciendo y perpetuando las exigencias económico-financieras que se observan, ni perder su espíritu libre y público, aunque cada vez se hace más complejo sentirlo público. El discurso neoliberal propaga la idea de que la gestión privada es eficiente y la pública desastrosa, por lo que los servicios públicos deben venderse al mejor postor para convertirse en empresas privadas. Asumiendo la privatización como una necesidad básica, un requisito del mercado. Una tendencia privatizadora que no atiende a la diferencia ni a la diversidad, es decir no respeta los valores democráticos, solamente respeta las leyes del mercado, mediante el fomento de la rentabilidad, la eficacia y por supuesto la productividad, pasando a ser la escuela un nuevo cliente. Los gobiernos necesitan para ello la aprobación social, por lo que manipulan e intentan argumentar “que la privatización hace funcionar mejor los servicios, que la empresa pública es ruinosa y que los funcionarios son perezosos y malversadores de los bienes de todos” (Santos Guerra, 2001:28). Es por tanto la privatización el interés oculto que se vislumbra tras la posición neoliberal.
Por lo que de manera impetuosa debemos fomentar y alimentar una conciencia crítica y reivindicativa entre nuestro alumnado, que se manifiesten como propulsores del cambio social, en una “revolución del pensamiento, de la educación y por tanto un cambio en la civilización” (Puissi, 2008:15). Un planteamiento educativo de reflexión social, de la profundización sobre los valores democráticos. Unas prácticas educativas que faciliten la reinterpretación de la realidad, y siguiendo a  Blanco García (2006) “crear espacios y tiempos para repensar y asumir responsabilidades”. Fomentar en el sujeto la reconstrucción de nuevos modos de pensar, interpretar e interactuar. Y ese es el alumnado que encontramos en la escuela hoy, y por lo tanto el sistema educativo debe asumir y facilitar un proceso educativo en el que el individuo conozca y sea consciente de las presiones que ejercen sobre él los medios de comunicación, la persuasión que sufren, la información subliminar que se les brinda día a día, la sobreinformación y cómo dicha información es dirigida para modificar la percepción del contexto, ofreciéndoles y estimulando modelos a seguir impregnados de la cultura de masas y de consumo y  sus valores ético-morales subyacentes. Que sepan cuáles son los nuevos espacios que se les ofrece para su interacción e interrelación con los demás, espacios virtuales y donde la información aterriza de manera impetuosa, inconexa y dirigida. Realidades virtuales que fomentan y reclaman una nueva forma de ser, de sentir y de ver el mundo.
La escuela, más que nunca, debe luchar por la educación de personas capaces de asumir las diferentes dimensiones de su realidad, con la red de datos y conocimientos que se les ofrecen y debatiendo y reconstruyendo su propia perspectiva de forma constante. Retomando las palabras de Pérez Gómez (1999:33):
“Si la escuela pretende ejercer una función educativa no será simplemente por el cumplimiento más perfecto y completo de los procesos de socialización (primera mediación), sino por su intención sustantiva de ofrecer a las futuras generaciones la posibilidad de cuestionar la validez antropológica de aquellos influjos sociales, de reconocer y elaborar alternativas y de tomar decisiones relativamente autónomas.”
Junio 2012, Consuelo C. Alonso Alarcón.

[1] LOGSE(1990): aparece por primera vez el modelo pedagógico por objetivos, siguiendo los modelos tecnológicos e industriales, con un currículum escolar basado en la consecución de objetivos y donde todo el planteamiento educativo se organiza en torno a la producción y las demandas tecnocráticas, incluyendo el sistema de evaluación calificativo y una concepción de calidad educativa basada en el rendimiento.